Estaba el Mulla Nasrudín, un famoso personaje sufí, visitando la India. Había llegado en su mula hasta la ciudad de Calcuta. Mientras paseaba por las calles repletas de gentes, se llegó hasta un mercado. Se bajó de la mula y fue a recorrerlo.
Entre la multitud de vendedores y tolderías, le llamó la atención un vendedor, que estaba de cuclillas vendiendo algo que parecían dulces, colorados y apetitosos. Como Nasrudín era muy goloso, no pudo contenerse y compró una gran cantidad de aquellos dulces, pensando en darse un buen atracón, aunque en realidad, lo que compró fueron chiles picantes.
Se fue el Mulla muy contento por su adquisición. Se sentó bajo unos árboles junto al río y comenzó a comer los supuestos dulces. Apenas había mordido el primero de los chiles, cuando sintió un fuego que recorría su paladar. Estaban tan picantes, que hasta la nariz se le puso roja. Comenzó a soltar lágrimas y le costaba respirar, pero no dejaba de comer sus “dulces”.
Hacía toda clase de muecas y estornudaba, pero continuaba devorando los chiles. Hasta que un hombre se le acercó y preguntó:
- Buen hombre, ¿no sabe que no puede comerse todos esos chiles? Van a hacerle daño.
- Créame que los compré pensando que eran dulces.- contestó Nasrudín, casi sin aliento.
Pero, no obstante, seguía engullendo los endiablados chiles.
- Está bien, pero ahora sabe que no son dulces. ¿Por qué sigue entonces comiéndolos?
- Ya que he invertido en ellos mi dinero, debo ahora aprovecharlos.- dijo Nasrudín entre sollozos y toses.
Moraleja:
Nasrudín no tenía razón. Toma de la vida lo que sea mejor para tu evolución interior, y desecha lo innecesario o pernicioso, aunque hayas invertido años en ello.
Comentarios
Publicar un comentario